GUERRA
ATROZ
ELENA
BENEDICTO VILLAR
Mis padres murieron
cuando yo era pequeño, y desde entonces,
residía con mis abuelos. Con respecto a la posición política de mis
abuelos, yo no tenía nada que ver con ellos, dado que eran muy conservadores y
nacionalistas. Y eso que desde que era pequeñito siempre me habían intentado
inculcar su forma de ver la vida. Pero no lo consiguieron, y eso lo que provocó
fue que hubiera un gran distanciamiento entre mis abuelos y yo. Ni en las
fechas de Navidad estaba con ellos, cosa que de pequeño me encantaba hacer. Mi
orgullo podía conmigo, y hubo hasta Navidades que las pasé solo, en la calle o
en el bar, porque todos mis amigos habían preferido estar con sus familias
antes que conmigo.
Era la Navidad del año
1936 cuando yo, Delfín Lozano, me di cuenta de que dentro de unos años en
España los medios económicos y sociales no iban a estar muy bien, y menos
siendo un varón joven, republicano y socialista.
Dado que no tenía ningún
apoyo por parte de algún pariente mío y que no estaba muy bien moralmente, con
respecto a la Guerra Civil, mi futuro tenía muy mala pinta: todo rojo y
republicano moría fusilado.
Como era de esperar, no
recibí ningún apoyo por parte de mis abuelos, así que un 25 de diciembre de
1938 no me quedó más remedio que irme a Francia, donde me convertiría en
exiliado. Ese fue uno de los peores momentos de mi vida, al salir de mi casa
con lo imprescindible para sobrevivir, recibí el desprecio de todos mis
parientes. Nunca más volví a ver a mis abuelos.
Marché así, haciendo un
difícil y doloroso trayecto hasta la frontera que separaba España de Francia,
donde presenté mi documentación y me llevaron a un campo de concentración, un
sitio lleno de dolor y desesperación, lleno de gente inocente que no tenía nada
con lo que alimentar a sus hijos.
Pasé cuatro años yendo de
campo de concentración a campo de concentración, y cuando ya parecía que iba a
salir de aquel infierno, en la que prometía ser una de las mejores Navidades de
mi vida, nos obligaron a luchar en la Segunda Guerra Mundial. En el instante que
me dijeron que tenía que luchar en una guerra para un país que no era el mío
pensé que me moría, no descarté la opción de quitarme la vida. Fue una etapa
horrorosa, llena de sangre y dolor, hasta que conocí a Luisa, otra mujer
exiliada de Ávila, que se encontraba igual de sola y mohína que yo. Ahora doy
gracias al cielo de que me obligaran a luchar en la Segunda Guerra Mundial
contra los nazis, porque si no, nunca la hubiera conocido y no sería la persona
que soy ahora.
Nada más terminar la
Segunda Guerra mundial, a Luisa y a mí
nos mantuvieron escondidos en un pueblo en los alrededores de Lyon, por temas
políticos hasta que al final la pesadilla acabó: nos liberaron y me fui a vivir
con Luisa a Tullins, un pueblo en los maravillosos Alpes cerca de la ciudad de
Grenoble, situada al este de Francia.
Allí formé una familia
con Luisa, con la que me casé y tuvimos dos hijos: Héctor y Roberto.
No se podría decir que
fui feliz del todo hasta que no se vieron satisfechos mis deseos como padre, es
decir, hasta que mis hijos tuvieron una carrera y un trabajo fijo.
Ahora no puedo pedir más,
y lo más importante de todo: mis Navidades al fin son felices, y puedo
disfrutarlas con una familia que me apoya y me quiere tal y como soy.
El relato tiene profundidad y la construcción lingüística es compleja. Muy bueno.
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